Smashing Pumpkins: La Soledad Infinita de los Encantamientos Perdidos. Vol. 2

Smashing Pumpkins: La Soledad Infinita de los Encantamientos Perdidos. Vol. 2

CHICAGO, IL USA | 17 DE FEBRERO DEL 2019 | ARTICULO POR: VÍCTOR GARCÉS | FOTOS: CORTESÍA SMASHING PUMPKINS |

Hay fechas que recordamos sin saber por qué y plazos que se cumplen aún sin esperarlos. Por ejemplo, el 2 Diciembre del 2000, es la fecha en la que The Smashing Pumpkins cayó en el silencio aterrador de los escenarios vacíos. El día en el que la banda, cuyas canciones habían resonado en la soledad compartida de toda una generación, decidió alejarse no de nosotros, más bien de ellos  mismos. Por aquel entonces, me encontraba en una vergonzosa minoría de edad que me impedía conocer bien a la banda, mucho menos imaginar asistir al concierto. Sin embargo, recuerdo la fecha por los tantísimos y casi agobiantes reportajes, las entrevistas, la enorme fila de personas horas previas del recital, las temperaturas congelantes, los disfraces, los precios exorbitantes (a pesar de que el precio original era de modestísimos $35, pero la reventa no perdona), la angustia de los que no tenían boleto, y la inútil nostalgia de todos aquellos que no entendíamos el por qué de las cosas. La realidad es que nadie tenía que entenderlas.  


Al poco tiempo, una televisora local transmitió imágenes del concierto. Era pésima la calidad y mi televisor de 13 pulgadas con antena de aire no ayudaba mucho. Aún así, los Smashing lucían invencibles con aquella seguridad de quien no tiene nada más que perder o demostrar. La energía dentro y fuera del Metro Cabaret (ahora solamente Metro) era impresionante. Un teatro atiborrado con un escenario ahogado en canciones (37 para ser exactos), y 1,100 personas totalmente entregadas. Era como si los presentes cantaran en honor de todos aquellos que no estaban ni estarían, ahí en ese momento. Como si celebraran no solamente aquellos Metros que habían sido desde el primero de los Pumpkins en 1988, sino también todos aquellos que no serían. El plazo se había cumplido, el tiempo se había terminado y si era el final, debía ser el mejor; y así fue...  

..Hasta el día en decidieron regresar. Era el Marzo 26 del 2016, y ya cuando el día amenazaba con esconderse en el olvido, apareció James Iha casi como un fantasma y se paró en el escenario donde tocaba Corgan en Los Ángeles. Tocaron Mayonaise y de inmediato el tiempo pareció haber retrocedido. Comenzó la nostalgia, regresaron las canciones, los escenarios, las gargantas secas y como siempre las fatalidades habituales.

Lo trágico de las reencarnaciones es que nunca son como se planean. Hay tantas emociones guardadas, negadas y hasta reprimidas que estropean el razonamiento necesario para regresar del silencio absoluto y poder pelear con el mito que ellos mismos forjaron y que quizánunca podrán, ni deberían, volver a ser.  

La gira de los Smashing, por ejemplo, comenzó con un eco que opacó inclusive el de sus canciones. La ausencia de D’arcy ha pesado tanto como su separación inicial. Después de una serie de mensajes entre ella y Billy, que la misma bajista compartió en una entrevista, la posibilidad de una verdadera reunión de los miembros originales parece bastante remota, por no decir imposible. Aunque recordando los destinos recientes de Guns N’ Roses, Pixies o Fobia, estos reencuentros mutilados ya no nos sorprenden.

Qué si Billy le mintió, qué no fue invitada, o tomada en cuenta, que no le querían pagar debidamente, al final es lo mismo. Es cierto, los Smashing han regresado y verlos sobre el escenario sin D’arcy se siente como un sacrilegio, pero un sacrilegio delicioso. No podemos cerrar los ojos, (al menos yo no pude). La nostalgia simplemente nos derrota y la puesta en escena es exactamente como nunca creímos imaginar. A pesar de toda la perfidia cometida en los años recientes como un Smashing solitario, Corgan tiene una presencia, más que seductora, de sortilegio absoluto. Adornado de un vestido rojo con dorado, se paró en el sepulcro de su leyenda, como un cuervo de mil voces. Fue una escena tan romántica como nostálgica. Verlo en aquel escenario con su virtuosismo desgarrador. Abrazando una guitarra que tejía al viento en molodías que evocaban tantos anhelos. Sin embargo, no se puede revivir aquello que nosotros mismos no sabíamos que habíamos olvidado. No puedo negar cierto remordimiento. Me dolió la ausencia de D’arcy. En mi defensa, era imposible no engancharse con la solemnidad de James o de entusiasmarse con la energía de Jimmy. Supongo, que en cuestión de pecados, los reproches salen sobrando.

Su disco más reciente, Shiny and Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun, ha coleccionado una serie de críticas tanto favorables como tristes. Reacciones bipolares que son totalmente entendibles tomando en cuenta que el estilo episódico y anecdótico de este disco es muy distinto a la unión simbólica y armónica que tanto había caracterizado Gish, Siamese Dream, Mellon Collie and the Infinite Sadness, Adore, Machina y Machina II. Pero si recordamos que en aquellos noventeros años el proceso de grabación les tomaba más de seis meses. Llegando a durar hasta  cuatro semanas para formar una sola canción. El mes que tomó grabar las ocho canciones que conforman este nuevo Long Play, parece risible y hasta heroico. Que por cierto, se dice que pronto será acompañado de un Vol. 2.

A casi un año de su reencuentro, todo aún parece increíble. Habíamos muchos que jamás imaginamos que ocurriría,  algunos por incrédulos, otros por temor y a pesar de todo ocurrió. En lo personal, vivir en la misma ciudad donde se formó una banda tan épica como los Smashing, le ha dado un toque bastante extraño a su mito. Desde chico, sin saberlo y mucho menos sin planearlo, he ido encontrando pistas de escondites que no sabía que compartíamos. La casa de Billy por Wrigleyville, su departamento junto al cine MusicBox, bares, el Metro, y hasta los estudios de WNUR 89.3 FM. Estación de radio de la cual soy ingeniero de audio/productor y donde los Smashing realizaron una sesión en vivo en Noviembre 19, 1988. Realizando también una entrevista donde anunciaron oficialmente a su “primer” baterista,  Jimmy Chamberlin. Así es la historia, inicia dónde y cuándo menos lo esperamos para sorprender al primero que la encuentra.

La gira hasta el momento ha sido un éxito rotundo. Logrando llenos totales en estadios donde nadie pensó que volverían a tocar. En Chicago no han vuelto al Metro, supongo que hay intimidades que es mejor guardar para mejores momentos. Sus conciertos masivos por otro lado han sido soberbios. Ese sonido agridulce de noches aguardientes no ha cambiado en lo absoluto. Las guitarras de Billy y James se deslizan como sueños de madrugada entre los latidos precisos de Jimmy. Si bien es cierto que aquellos vertiginosos años de creatividad ciega ya son parte del ethos rocanrolero. También es cierto que sobre el escenario, aún sin D’arcy, los Smashing siguen siendo, a pesar de ellos mismos, el reflejo de aquella voz que no le temía ni a la vida ni a la muerte, ni a sonar bien o a sonar mal, porque simplemente no le temía a sentir. Por eso mismo  nunca nadie ha dejado de cantar, a pesar de que su historia ha sido bastante turbulenta, las grandes canciones no merecen terminar... ni aún en el mejor final.





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